viernes, 20 de junio de 2008

Cuba y México: experiencias intercambiables

Cuba y México: experiencias intercambiables

Por: Luis Ángel Argüelles Espinosa
La diáspora cubana parece interminable como interminable parece ser el llamado “período especial” de la economía y, sobre todo, el sistema político “especial” presentes en la Isla Por cierto, ya el adjetivo “especial” produce, al menos, escozor y reclama espacio preferente en la eufemística revolucionaria.
Como los cubanos estamos en todas partes (desde Alaska hasta Magallanes en el Nuevo Mundo y desde España hasta Rusia en el Viejo) es lícito reflexionar sobre nuestra nación desde nuestros respectivos países de residencia. Con ello, se amplía o enriquece la perspectiva de los estudios cubanos.
El propósito de estas notas es doble: por una parte, resaltar algunas de las más importantes semejanzas y diferencias históricas entre Cuba y México y, por la otra, analizar las experiencias políticas de ambas naciones, de modo que cada una sirva de experiencia para la otra. Muchas veces se piensa que lo que tenemos es lo peor y se tiende a idealizar la experiencia foránea. Consciente estamos que este esfuerzo constituye una simple introducción, pero esperamos que motive críticas y cuestionamientos, pues así se enriquece el conocimiento en cualquier área de estudio.

I)- Semejanzas y diferencias

Cuba y México poseen similitudes y diferencias notables. Al menos, tres hechos básicos sirven para reflejar tanto unas como otras. 1) Ambos
países fueron colonias de España. 2)-Ambas naciones se encuentran muy
.


cerca de los Estados Unidos de América y 3)- Los dos países realizaron en el siglo XX profundas revoluciones populares.
El hecho de haber sido colonias de España nos permite conservar un conjunto de tradiciones (ante todo, hablar una misma lengua así como mantener ciertas costumbres, entre otras, la inmortal de que “la ley se acata, pero no se cumple”). Sin embargo, las tradiciones religiosas son muy diferentes: mientras México es mayoritariamente católico, Cuba posee una diversidad religiosa donde tienen una fuerte presencia los distintos cultos afrocubanos. El hecho de que en el poblamiento cubano el negro haya sido nuestro indio ha marcado profundas diferencias entre los dos países, que no sólo se reflejan en la religión, sino en todas las demás manifestaciones (música, arte, literatura, cocina…) así como en la propia fisonomía de los isleños. La mulata no florece en tierras mexicanas.
La circunstancia de vivir cerca de los Estados Unidos de América ha posibilitado que despertemos intereses y apetitos geopolíticos, los cuales se han manifestado tanto en conflictos políticos como en intervenciones militares. Los siglos XIX y XX han sido testigos elocuentes de estas acciones
del coloso del Norte. Sin embargo, a partir de sus revoluciones, cada país ha
adoptado diferentes posiciones con respecto a los Estados Unidos. México ha
tendido a la conciliación; Cuba, a la oposición y el enfrentamiento. Si bien para algunos esta compartida cercanía geográfica es una maldición, para otros resulta una bendición. Pero más allá de gustos y preferencias, ésta es una realidad que debemos enfrentar. El mejoramiento de una relación bilateral debe venir por su buen conocimiento y no por su fanático desconocimiento.
Por último, el hecho de que los dos países hayan realizado profundas revoluciones populares permitió que contaran, en las primeras décadas, con fuertes consensos sociales (alimentados y manipulados con excelentes dosis de nacionalismo) que posibilitarían la existencia de regímenes autoritarios que no toleraban la disidencia política[1]. Ahora bien, dado que la Revolución Mexicana era (como dirían algunos de modo despectivo) “burguesa” se apoyaba necesariamente en los paradigmas de la democracia representativa. De algún modo, estos propios paradigmas, incentivados con las poderosas influencias del exterior, llevarían finalmente a cuestionar el régimen centralista que prevaleció en el país por siete décadas. Al devenir cada vez más la Revolución Mexicana en un tipo de neoporfirismo, las mismas razones que llevaron a luchar contra la dictadura de Don Porfirio podían ser enarboladas para luchar contra el sistema político vigente. A la democracia se llegaba por vía de la dictadura. Como diría Pascal, lo que por el progreso aparece, por el progreso desaparece. Los jóvenes del movimiento del 68 rechazaban la supuesta revolución institucionalizada, al tiempo que idealizaban experiencias internacionales (como la cubana y la china). Pero la Revolución Cubana se desmarca del calificativo de “burguesa” y reclama el de “proletaria”, “socialista” y “marxista-leninista”. Por lo tanto, no acepta, ni por asomo, la más mínima existencia de oposición a su sistema político. Como han proclamado en diversas ocasiones sus líderes, los cambios políticos fundamentales ya se hicieron en enero de 1959 y Cuba no volverá jamás al multipartidismo ni a la economía de mercado, pues es una etapa superada. El hecho de que Cuba haya exportado en los primeros años una buena parte de la oposición política (en verdad, muchos se autoexiliaron) y que reprima fuertemente las tímidas actividades de los disidentes internos (prácticamente desconocidos por la mayoría de la población) hace muy difícil la existencia de una oposición organizada. Ahora bien, de que no haya medios de comunicación para expresar las opiniones contrarias, no quiere decir que no haya opiniones. No es lo mismo opinión pública que publicada, como bien ha señalado Giovanni Sartori en un libro clásico (Homo videns). La inmensa mayoría de la población cubana quiere cambios que mejoren su difícil situación económica. No obstante, una buena parte de la gente aún cree que esos cambios los puede realizar el gobierno y que si no los ha hecho es por el maldito bloqueo norteamericano. Hay que reconocer que ha funcionado la propaganda del régimen cubano, la cual también precisa que si en la Isla se producen transformaciones de corte capitalistas podríamos llegar a estar como la vecina república de Haití. La reedición de una nueva Haití (ya no a su temprana revolución del siglo XVIII) es un argumento que obstaculiza cualquier reforma de envergadura. Quien domina las conciencias, domina la sociedad, sentenciaba Hegel. Pero también es cierto que no puede haber dominio absoluto o permanente. Tarde o temprano se va resquebrajando el poder (máxime en una época caracterizada por la “globalización de las influencias” donde tanto el turismo como el Internet ejercen diversos impactos) y el negarse a realizar cambios oportunos puede llevar a una lucha sangrienta por el poder. La propia lección revolucionaria ha enseñado a los cubanos que, como diría el patriota Antonio Maceo, los derechos no se mendigan, se arrancan. Así que sobran ejemplos e inspiraciones.
¿Cuándo concluyen las revoluciones? Para el discurso oficial, las revoluciones no terminan, simplemente se transforman en correspondencia con los nuevos tiempos. Como ellas son fuentes de poder, construyen nuevas institucionalizaciones. Pero el discurso contestatario lo ve diferente. Una buena parte de los críticos mexicanos considera que la Revolución Mexicana se agotó ya en la década del 40, pues desde entonces vino un tipo de reacción o conservadurismo. Más que decir que la Revolución Mexicana no tenía ideología, parece más sensato decir que cada presidente le imponía su particular ideología. Como la estructura era vertical o piramidal, no había mayores problemas. Así la Revolución Mexicana inspiraría tanto el estatismo como la privatización, en dependencia de los gobernantes en turno. En cuanto a la Revolución Cubana, continuadora de lo movimientos revolucionarios de los siglos XIX y XX según la versión oficial, no ha tenido grandes cambios como su hermana mexicana[2]. En ello ha incidido el hecho de que su líder principal se mantenga en el poder (por más de cuatro décadas) y que desde muy temprano definiera la ideología del proyecto revolucionario (marxista-leninista). Si la Revolución Mexicana murió joven (a dos décadas de su existencia), la Revolución Cubana murió niña (en el transcurso de su primera década)[3]. Factores internos y externos fueron asfixiándola. La propia década del 60 fue una época contradictoria, de grandezas y miserias, de flujo y reflujo, de cima y sima. En esta década se decreta un conjunto de medidas populares (educación, salud pública, seguridad social, alquileres, reforma agraria…) que hace que los guerrilleros (sumamente atractivos por haber derrocado a la tiranía batistiana) acrecienten su simpatía popular. Asimismo, la victoria militar de Playa Girón (abril de 1961) contra los cubanos entrenados en territorio norteamericanos fue un poderoso factor de cohesión nacional. Pero acontecimientos como los juicios sumarios a los enemigos de la Revolución, la declaración del carácter socialista y el olvido de un proceso democrático (era suficiente los actos de masa en la Plaza de la Revolución convertida en la nueva Ágora americana) y, acaso para rematar, la llamada Ofensiva Revolucionaria (para desterrar todo vestigio pequeño-burgués) fueron, entre otros muchos, hechos que contribuyeron a dar al traste con los propios postulados de la revolución (“con todos y para el bien de todos”). Según la retórica revolucionaria no se marginaba a nadie, pero en los hechos sucedía lo contrario. A pesar de ello, por entonces, la Revolución contaba con un apoyo popular (pero también Hitler, Mussolini y Stalin contaron con el respaldo mayoritario de sus pueblos). El problema no era el número de simpatizantes, el problema era cómo se organizaba la sociedad para obtener ese número de simpatizantes. ¿Acaso las minorías disidentes no tienen su derecho? ¿La minoría no podría devenir mayoría en un futuro? ¿El hecho de no tener oposición legal interna no privilegiaba el cuestionado monólogo y eliminaba el necesario diálogo político? Según los dirigentes cubanos, era la política norteamericana la que enrarecía o contaminaba el ambiente político (y por ello no podrían darse estas libertades); según los estadistas norteamericanos era precisamente esta falta de libertades en la isla la que justificaba su política de aislamiento hacia Cuba. Desde muy temprano se creó este círculo vicioso que se ha ido agravando por más de cuatro décadas. Es el cubano de a pie (la inmensa mayoría de la población) el que debe pagar las consecuencias por esta falta de entendimiento entre las dos administraciones. Como cada una de ellas privilegia principios o posturas ideales y se olvidan de intereses o necesidades para sus pueblos (y como bien dice el refrán “la soga se rompe por su lado más débil”), la situación económica de la isla se encuentra cada vez más explosiva, razón por la cual muchos jóvenes (y no tan jóvenes) buscan emigrar a toda costa pues no ven posibilidades de desarrollo en su tierra natal (más bien, tierra mortal). La experiencia cubana nos recuerda que aunque se haya tocado fondo, siempre es posible seguir escarbando. El fondo siempre tiene un trasfondo.
Pareciera ser que la élite política cubana confía en que, si resiste unos cuantos años, estallará el modelo neoliberal y Cuba pueda insertarse en una alternativa socialista global. Dicha élite no se ha mostrado interesada en adoptar (o mejor adaptar) un modelo de socialismo de mercado (tipo China) que sustituya la vetusta planificación centralizada y que oxigene la economía. Pienso que por no ceder lo poco, terminará por cederlo todo. Acaso, presionado siempre por las circunstancias, querrá finalmente introducir determinadas reformas económicas, pero será ya bastante tarde. Las expectativas de la población serán otras. En general, las reformas cubanas (posrevolucionarias) cumplen con los requisitos de una genuina burocracia: llegan tarde, mal o nunca.
En un reportaje sobre La Habana (a fines del 2004), el escritor mexicano Juan Villoro escribe que “la longevidad de Fidel dilata el tiempo y la arquitectura de La Habana lo detiene”. En efecto, para muchos habaneros la ciudad se ha detenido en el tiempo (muchos edificios viejos, otros derrumbados) y siguen los mismos políticos, por lo que se llega a la conclusión de que “aquí nunca pasa nada”. Todo sigue aparentemente igual, pero en realidad todo está peor. Si transcurre el tiempo y uno no mejora significativamente, viene la frustración y la desilusión, pues se comprende que se le están yendo los mejores años de su vida y, para los más viejos, se acerca la hora de la muerte. Todo puede perderse, pero es la esperanza de una vida mejor la más dolorosa de las pérdidas humanas. Lo importante no es lo que uno es, sino lo que uno quiere llegar a ser.
Si en Cuba, el paradigma oficial postula que el deber de cada revolucionario es hacer la revolución (entendida como socialista o proletaria), el paradigma de la sociedad civil (en ciernes) debe postular que el deber de cada ciudadano es construir la democracia. Ésta, entendida como un estilo de vida y no como una simple forma de gobierno, no sólo se manifiesta en los debates parlamentarios ni en los procesos electorales, sino en las actividades cotidianas (en la casa, centro laboral, transporte público, mercados, etc.). Quien acepta auténticamente al otro, sin reparar diferencias (ideológicas, religiosas, sexuales, generacionales, étnicas, etc.) es un verdadero demócrata sin saberlo. La construcción de esta “democracia micro” allana el camino para la “democracia macro”. Siempre será preferible una sociedad civil fuerte que un gobierno fuerte. La primera de estas fortalezas ennoblece; la segunda, envilece.
En otro orden de ideas, quisiera señalar algunas vinculaciones entre la economía, la política y el suicidio en la Cuba actual. Me atrevería a señalar que en la sociedad cubana existen distintos tipos de suicidio de base social: el egoísta (por las múltiples dificultades de la existencia), el altruista (por que considera que no está a la altura de sus compañeros, de su responsabilidad histórica) y un suicidio colectivo (consciente o inconsciente) que posee distintas manifestaciones: los que deciden abandonar la Isla en balsas o embarcaciones precarias y los que deciden permanecer en el territorio y enfrentar las dificultades. Sin embargo, entre estos últimos, ¿cuántos cubanos no han acariciado la idea de emigrar? Pero querer no equivale a poder. Irse o quedarse: he ahí la disyuntiva cubana contemporánea.



I)- La experiencia mexicana: luces y sombras

A continuación, queremos referirnos a los principales logros y deficiencias de la democracia mexicana (según nuestra perspectiva) de modo que pudiera servir en la futura construcción de la democracia cubana. Si la Revolución Cubana de 1959 tuvo entre sus fuentes a la Revolución Mexicana de 1910, por qué no la futura democracia cubana de principios del siglo XXI pueda tener entre sus fuentes la experiencia mexicana comenzada a finales del siglo XX. Creemos que el ensayo democrático de México posee valiosas enseñanzas tanto para el propio país como para el exterior. Desconocer tanto la época como el lugar donde se vive puede resultar funesto, bien para una persona, bien para una nación. Las coordenadas de tiempo y espacio imponen límites, que debemos conocer para su mejor aprovechamiento. Acaso sean dolorosamente ciertas, las palabras de Ikram Antaki al señalar que “la historia jamás ha enseñado nada a nadie, pero…las analogías son un privilegio del espíritu, y la esperanza su patética debilidad”[4]. No obstante, el deber ser de las Ciencias Sociales consiste en ofrecer esperanzas razonables y, a su vez, desalentar falsas expectativas.
En cuanto a logros, México cumple, en lo fundamental, con los estándares internacionales sobre democracia electoral. En particular, se requieren de cuatro componentes considerados esenciales en un régimen democrático.1)- Derecho al voto. 2)- Elecciones limpias. 3)- Elecciones libres o competitivas. 4)- Cargos públicos electos. Así, todos los mexicanos tienen derecho al voto (y el estado mexicano a través del IFE garantiza que este derecho se realice). Asimismo, el proceso electoral se lleva a cabo sin las irregularidades de antaño (ya no son posibles los megafraudes) y si bien ocurren ocasionales alteraciones o disturbios locales o regionales, éstas son atendidas por los organismos correspondientes. Las excepciones a la regla justifican la normalidad democrática. En cuanto a las elecciones libres, el electorado mexicano posee un rango de alternativas. No existe un solo partido (ni de jure ni de facto), y la orientación de los mismos va desde la izquierda hasta la derecha. Las entidades federativas son, básicamente, bipartidistas. Ningún partido político tiene asegurado el triunfo. Una coalición o alianza entre partidos opositores puede vencer al partido gobernante o que más afiliados posea. El electorado castiga, generalmente, al partido local en el poder que no haya cumplido con sus expectativas. Por último, constituyen las elecciones el medio de acceso a los principales cargos públicos del país (tanto el de presidente, gobernadores y alcaldes como los parlamentos o cámaras federales, estatales o municipales) y los elegidos permanecen, salvo excepción, en sus cargos durante los plazos designados por las normativas vigentes. En México no existe reelección de los cargos ejecutivos en los tres niveles de gobierno (a los seis años salen los presidentes y los gobernadores; a los tres, los alcaldes municipales).
En resumen, podríamos señalar que la democracia electoral ha servido para llegar a los arreglos políticos civilizados y ha contribuido a la ampliación de las libertades políticas. Gracias a este tipo de democracia se pudo llegar en el año 2000 a la alternancia en el poder. Las elecciones de julio del 2006 fueron verdaderamente polémicas. Si bien, como declaró el Tribunal Federal Electoral, hubo anomalías diversas en el período preelectoral (intromisión del Ejecutivo y de los empresarios, propaganda negativa contra el candidato de la oposición -López Obrador-), las mismas no constituyen causas suficientes para la anulación, ya que el día de la elección (2 de julio) se contaron con las garantías mínimas (en particular, representantes de los distintos partidos en los puntos de elección para contar voto por voto y así garantizar la elección). En efecto, la transición mexicana se puso a prueba en esta elección, pero salió fortalecida, ya que, finalmente, se respetaron las reglas del juego democrático.
En verdad, una buena parte de la izquierda mexicana (agrupada en el PRD) ha llamado a desconocer la elección, alegando fraude generalizado (se incluye el fraude cibernético). Pero otra parte (minoritaria) de la izquierda ha sido más crítica y ha llamado a no buscar los culpables fuera, sino realizar una autocrítica y reconocer las fallas internas. En especial, el énfasis que este partido hizo en los pobres (nadie cuestiona la justeza) olvidando (o más bien subestimando) los amplios sectores medios mexicanos, quienes también tienen sus necesidades. Ya Abraham Lincoln había proclamado en le siglo XIX que así como para fortalecer al débil no hay que debilitar al fuerte, tampoco para fortalecer al pobre, hay que empobrecer al rico. He aquí una importante lección política que no debe olvidar la izquierda mexicana ni ninguna otra izquierda.
Ahora bien, para Cuba (en particular, para los opositores o descontentos) esta democracia electoral (ya arraigada en México) es un tipo de aspiración, la cual no se vislumbra a corto plazo. Para los actuales dirigentes revolucionarios, ésta es una democracia burguesa que ya probó su estrepitoso fracaso en la primera mitad del siglo XX. En la prensa escrita aparecen numerosos artículos donde se habla de la corrupción absoluta de los políticos cubanos de entonces (sólo un joven político, devenido guerrillero, era incorruptible) de los fraudes, la compra de votos, las falsas promesas, lo cual se contrapone a la actual democracia proletaria o socialista donde no existen esos vicios o lacras sociales. Para los dirigentes cubanos, la actual democracia cubana es la más perfecta del mundo: no existe abstencionismo, no existe fraudes, no existe proselitismo, no existe alteración del orden público (los niños cubanos vigilan las urnas). No existe nada malo, pero tampoco nada bueno. En verdad, no existe, en el sentido occidental del término, una auténtica democracia (no olvidemos que Cuba pertenece a ese maldito y corrupto mundo occidental). Y no existe ya que, ante todo, una democracia exige unas elecciones libres o competitivas donde el electorado tenga un rango de alternativas para elegir o bien para castigar al gobierno o partido que ha hecho una labor desastrosa o, al menos, ineficiente. Para los líderes cubanos, fueron, precisamente, los males de la democracia burguesa los que justificarían su actual revolución. He aquí que, de nuevo, se presenta el viejo dilema: los males de la democracia se deben enfrentar con más y más democracia o con autoritarismo o dictadura. La historia política moderna de América Latina es un ejemplo de cómo los países oscilan entre la democracia y la dictadura (o bien, para algunos, de gobiernos civiles a militares). Habría que preguntarse si verdaderamente las dictaduras han resuelto los graves problemas sociales de nuestros pueblos. Incluso, de mejorar ciertas cifras macroeconómicas, también debemos preguntarnos cuál fue el costo social de este crecimiento económico. Los encierros, destierros y entierros no justifican esa política. No puede haber desarrollo de un país a costa de la vida o verdadera salud pública de sus habitantes.
Por supuesto, existen numerosos problemas y fallas en las democracias. Estas deficiencias abarcan tanto el ámbito político como, sobre todo, el económico y social. Si tomamos a México como ejemplo (mutatis mutandis, puede ser extensivo a todo el mundo subdesarrollado, particularmente al continente latinoamericano) podemos percatarnos cómo existen muchas insuficiencias en estos dos ámbitos antes mencionados.
En cuanto al plano político, si ya no tenemos los “megafraudes” organizados por el poder central, las diferentes instituciones políticas cometen frecuentes violaciones a la norma (o bien se aprovechan de sus insuficiencias). El fraude central se sustituye por los fraudes periféricos. Así los partidos políticos devienen simples operadores electorales donde se privilegia el posicionamiento de los candidatos. Lo importante es la próxima elección (no interesa tanto la próxima, ni la actual, generación). Como siempre hace falta dinero (éste puede ser el último de los fines, pero es el primero de los medios) entonces se trata de conseguirlo a toda costa y se cae en los grandes escándalos políticos de los últimos tiempos: el PRI con el Pemexgate, el PAN con “Amigos de Fox” y el PRD con el “Caso Ahumada”. El fraude no es exclusivo de los partidos grandes, también los pequeños los imitan (¡y de qué manera!). Ahí tenemos el video sobre la supuesta “chamacada” al Niño Verde y las “compras” que realizaba a sus propias empresas el honorable líder del Partido de la Sociedad Nacionalista (cada vez que se invoca a la nación ésta resulta agraviada). Partidos pequeños pueden representar negocios nada pequeños.
Por otra parte, al politizarse los temas y discusiones no se permiten arribar a los acuerdos. Reformas centrales esperan por ser aprobadas en el congreso de la Nación. El Partido es más importante que el País. Asimismo, cuestiones muy sensibles a la población no aparecen en las agendas de los representantes (diversas vías para la consulta popular, revocación de mandatos, salario de los políticos y funcionarios, costo de las campañas políticas, financiamiento público de los partidos, entre otros muchos). En cuanto a la nominación de candidatos, las cúpulas partidarias mantienen la hegemonía. No en todos los partidos existe una democracia interna. El acarreo de votantes no desaparece. Son tantas las necesidades materiales de los ciudadanos (en especial, en las zonas rurales) que entregan sus credenciales a cambio de playeras, sacos de cemento o tejas para el techo. A su vez, sectores importantes de la sociedad mexicana (en particular, mujeres e indígenas) no tienen una representación adecuada en los diferentes órganos de gobierno. Además, en diferentes estados, se observa un preocupante abstencionismo electoral.
El simple cambio de régimen no engendra una democracia funcional ni mucho menos garantiza una cultura cívica. La tradición obstaculiza la afirmación de los nuevos valores. Pero, además, la democracia no es el reino de los serafines sino de individuos concretos con sus grandezas y miserias. Como bien afirman Juan Linz y Alfred Stepan “ninguna democracia puede asegurar la presencia de banqueros honorables, de empresarios con iniciativa, de médicos que se dediquen a sus pacientes, de profesores competentes, de intelectuales y artista creativos ni, incluso, de jueces honestos…”[5] Por ello, la democracia tiene que disponer y aplicar consecuentemente las leyes cuando se infringen sus principios, sin importar el cargo o prestigio de la persona. El hecho de que el ex presidente mexicano Luis Echeverría se le investigue por los crímenes durante su gobierno resulta algo inédito en la política mexicana. Por otra parte, en cuanto a la civilidad, tiene mucha razón el politólogo Héctor Aguilar Camín cuando señala que “el compromiso de la ciudadanía con la legalidad es bajo/…/ México no vive un Estado de derecho sino en un Estado de ilegalidad consentida. La ilegalidad es un hecho de la vida pública y un rasgo de la conciencia privada. Incluye a una buena parte de la población, mexicanos que no son delincuentes pero que viven fuera de la ley en algún aspecto fundamental de sus vidas”[6]. En efecto, una gran masa de los mexicanos colaboramos con la corrupción (crimen de lesa democracia): dando “mordida” a funcionarios públicos (policías o burócratas), evadiendo los impuestos de Hacienda, comprando boletos de “reventa”, entre otras cosas. Por supuesto, tanto lo complicado de las normativas como su escasa divulgación favorecen que se cometan actos ilegales. A veces, parece como que las normas se legislaron para ser precisamente violadas. Ya sabemos, por Kafka, que las puertas de la Justicia están abiertas para todos, pero no todos conocen cómo llegar a ellas. Paradójicamente, es en los sectores con mayores niveles de instrucción donde más se acepta (y practica) la corrupción. El refranero político mexicano es harto elocuente: “El que no transa, no avanza”, “No quiero que me den, sino que me pongan donde hay”, “Un político pobre es un pobre político”, “La Moral es el árbol que da moras”, “El que las hace, no las consiente”, “En arca abierta, hasta el justo peca”, entre otras muchas expresiones. Se confirma que el nivel educativo no garantiza la civilidad. Entonces resulta que la mayor educación formal (del tipo tradicional) no sólo conspira con la mayor creatividad de los alumnos, sino también se correlaciona con los niveles de deshonestidad. Una continua enseñanza deficiente contribuye a una eficiente conformación de antivalores. Mantiene plena vigencia la vieja tesis de John Dewey de que no sólo se requiere educación para la democracia, sino, y sobre todo, democracia para la educación.
Respecto a las cuestiones económicas y sociales, el panorama resulta preocupante. Si bien existe una fuerte controversia entre el gobierno foxista y sus críticos en cuanto a la pobreza (para el primero ha disminuido en su administración, para los segundos ha aumentado), lo cierto es que los propios datos oficiales no son muy halagüeños. Dos importantes instituciones reportan avances discretos del gobierno, pero muestran la gravedad del problema. Según el Banco Mundial entre 2000 y 2002, más de tres millones de mexicanos salieron de la llamada pobreza extrema (disminuyó de 24.2 a 20.3%) y la pobreza considerada moderada bajó de 53.7% a 51.7%. También reconoce que México ha logrado avances en áreas vitales como la salud, nutrición y educación. Según la CEPAL, la pobreza extrema en México se redujo casi el 30% entre 2000 y 2004. Pero como la pobreza en México es ancestral (existe un grueso colchón) y además se van incorporando constantemente nuevos pobres (al perder sus plazas, quebrar sus negocios, ingresar al mercado laboral…) el problema se mantiene. Evidentemente, el problema de la pobreza tiene dos aspectos básicos: ¿cómo medirla? y ¿cómo abatirla? En cuanto a su medición, pudiéramos decir que “no son todos los que están ni están todos los que son”. ¿Cuántos supuestos pobres no lo son? y ¿cuánta supuesta clase media ya tampoco lo es? Por otra parte, las viejas políticas estatistas como las nuevas neoliberales han resultado ineficientes para acabar (o reducir drásticamente) los niveles de pobreza. La continua emigración masiva a los Estados Unidos es, al tiempo de resultar una válvula de escape al problema social, una muestra de la ineficiencia de las políticas económicas. Paradójicamente, son las remesas internacionales las que, en buena medida, alivian parcialmente el problema. Las soluciones individuales parecen tener mayor influencia que las soluciones de estado. Acaso no exista perspectiva de tiempo suficiente para evaluar integralmente políticas sociales como los programas de Oportunidades (ofrece incentivos económicos para la educación, salud y nutrición de familias en extrema pobreza) y de Procampo (ofrece apoyos económicos para proyectos productivos) que buscan reducir la pobreza. Mi impresión es que son buenos proyectos, pero necesitan articularse con muchos otros para que sean realmente eficientes. Un simple ejemplo. Es justo ayudar a los estudiantes pobres a que estudien, pero si la educación es muy deficiente y, sobre todo, si al terminar sus estudios no encuentran trabajo acorde a sus perfiles, no se aprovecha convenientemente la inversión realizada. Un técnico o profesionista sin empleo es un fuerte candidato para emigrar o, si las condiciones aprietan, para robar. Los buenos empleos escasean y no todos pueden (o quieren) autoemplearse o poner un changarro. Los críticos del gobierno hablan despectivamente de la “changarrización” de la economía, pero estimo que este gobierno (como cualquier otro) debe alentar el autoempleo, pues no es posible que el estado y las empresas establecidas absorban la constante avalancha de los nuevos egresados que se incorporan al mercado laboral. La realidad económica ha cambiado y la ideología no lo ha hecho al mismo ritmo. Considero que, ante esta realidad, tanto a través de la educación formal como informal deben capacitarse y apoyar económicamente a los jóvenes para emprender sus pequeños negocios. De otra manera sería como lanzarlos al ruedo sin experiencia de torear (no queda otra vía que la de escapar).
Ante este panorama (objetivo y subjetivo) no debe asombrarnos que, según el Latinobarómetro de 2004, el 67 % de los mexicanos asegura que no le importaría que un gobierno no democrático llegase al poder si éste le resuelve sus problemas económicos. Evidentemente, los mexicanos están desilusionados con la alternancia democrática, ya que no se ha traducido en resultados esperados. Para los individuos, lo primero es solucionar los problemas económicos a cualquier costo.
A nivel latinoamericano, el panorama resulta semejante. Una reciente encuesta latinoamericana sobre percepciones ciudadanas de la democracia (consultó a 18,643 personas de 18 países) arrojó que casi de la mitad de los encuestados que mostraban preferencia por la democracia en comparación con cualquier otro régimen, también preferían el desarrollo económico a la democracia y un número significativo (casi el 45%) que decía preferir a la democracia estaba dispuesto a sostener a un gobierno autoritario si éste llegara a solucionar los problemas económicos. Dicha encuesta reveló que la preferencia por la democracia no implica obligatoriamente una firme adhesión. Incluso, muchos “demócratas” poseen actitudes poco (o nada) democráticas. Las personas valoran, ante todo, el bienestar económico, la satisfacción plena de sus necesidades elementales (alimentación, vestido, vivienda…). Según Adam Przeworski “aún cuando el hábito de la democracia engendra una cultura democrática, es la riqueza, no la cultura, la que mantiene viva la democracia”[7]. La democracia tiene que legitimarse en la cotidianeidad, no basta que el régimen se autoproclame democrático.
Este inventario de males de la democracia mexicana contemporánea es, seguramente, parcial o incompleto, pero sirve para darse cuenta de la magnitud del problema. Ahora bien, dos preguntas se imponen: ¿cómo interpretar estos datos o hechos duros? y, consecuentemente, ¿cómo resolverlos? En una sociedad abierta existen diferentes respuestas a las preguntas y por ello se organizan los partidos con sus particulares programas políticos. El problema se complica cuando aceptamos que los partidos no siempre son parte de la solución, sino también parte del problema. La Política (entendida de manera integral) es demasiado importante para dejarla en manos de los políticos profesionales. Se impone una mayor intervención del ciudadano simple (con o sin partido) para que, entre otras muchas cosas, presione a sus representantes el cumplimiento de sus propuestas de campaña
(de ser necesario, pueda revocarlo de su cargo), los obligue a discutir las cuestiones sensibles a su comunidad y, de acuerdo, a su labor pueda premiarlos o castigarlos. ¿Por qué no editar, en los distintos niveles de gobierno, una especie de libro verde (versión impresa o digital) donde se evalúe críticamente la gestión de los distintos representantes populares? En caso de no existir unanimidad, podría aparecer la opinión de las distintas instituciones políticas. Estos documentos, a la vez de premiar o castigar a los representantes, pueden servir de estímulo a las nuevas generaciones (tanto de estudiantes como de los jóvenes políticos que se inician en estas labores). Los nombres de los buenos políticos (una vez desaparecidos) podrían ser recordados en las nuevas nomenclaturas o toponimias de la región (colocando su denominación a las nuevas escuelas, asociaciones, colonias, etc.) sustituyendo así paulatinamente la vieja nomenclatura liberal o revolucionaria (la cual, a su vez, sustituyó en su momento a la nomenclatura religiosa).
Pero la reflexión más importante es considerar si estos males o déficit son inherentes o inseparables a la democracia o si estos son retos o desafíos de la democracia. ¿Acaso el peso de las dictaduras o autoritarismos no incide en el subdesarrollo de la democracia? No podemos olvidar que más de la mitad de los latinoamericanos actuales fueron socializados bajo regímenes autoritarios o dictaduras. El largo imperio del PRI (en el caso de México) y del PCC (en el caso de Cuba) dejan su impronta o huella en el proceso democrático. Martí decía que el pueblo que había llevado 300 años las cadenas de la esclavitud necesitaba otros 300 años para liberarse de ellas. La desilusión por la democracia allana el camino de líderes populistas o, incluso, de dictaduras militares que nos haga retroceder en el tiempo. La democracia debe, al tiempo de conformar una cultura cívica, dar resultados concretos, pues corre el riesgo de naufragar. Las necesidades económicas básicas no se pueden posponer indefinidamente. Sigue en pie la vieja pregunta: ¿Cuánta pobreza puede soportar una democracia? Pero para nosotros, tanto los males económicos como políticos de la democracia deben considerarse verdaderos retos y entender que ella es un proceso permanentemente inconcluso.
Por otro lado, Si la pobreza en México es estadísticamente medible (según la tipología adoptada por el nuevo gobierno, sobre la información del año 2000, la cifra total ascendía a unos 53 millones de personas, pues se consideraba tanto la pobreza alimentaria como de capacidades y de patrimonio), en Cuba no resulta igual. Para el gobierno cubano, no existen pobres en la Isla. Acaso sea el único país subdesarrollado que no tenga estadísticamente pobres. ¿Pero realmente no existen pobres en Cuba? La respuesta se la dejo a Rogelio Fabio Hurtado quien sostiene:
La mera pobreza material por supuesto que existe, pero, por paradójico que resulte, no es comparable a la escualidez espiritual que nos desarraiga y nos amenaza de asfixia. Pobre en Cuba es el profesional cuya ubicación en la pirámide de ingresos está por debajo de las del ladrón y el policía /…/ Pobre es el ciudadano común, que no ocupe cargos relevantes ni disponga de vínculos familiares o amistosos en el exterior, porque no encontrará quien lo ayude económicamente, mientras le repiten que es el dueño de una propiedad social sobre la que no ejerce control ni potestad de ningún tipo /…/ Pobres son quienes no conciben esperanzas de realización personal en Cuba y la vinculan exclusivamente con la residencia en el extranjero. Así, la deportación, que en tiempos coloniales fuera penalidad impuesta, resulta hoy destino anhelado. Esta inquietante crisis de identidad patriótica nos empobrece a todos por igual, y es una bomba de tiempo de consecuencias incalculables para el porvenir de la nación.[8]
.

Evidentemente, la pobreza tiene múltiples dimensiones y varía mucho entre países con distintos regímenes sociales. Lo que siempre resulta provechoso es detectar similitudes en las diferencias. Entre las similitudes debemos destacar, ante todo, el hecho de la fuerte emigración de nuestros connacionales al exterior y, consecuentemente, cómo el envío de remesas va conformando una de las principales fuentes de ingresos para nuestros países.
Los que se van nos sostienen. Paradoja de nuestros tiempos.

Comentarios finales

De algún modo, siempre estamos situados al cabo de una historia (la ida) y al comienzo de otra (la futura). Los siglos transcurridos (y en particular, el dramático siglo XX) nos permiten arribar a determinadas consideraciones respecto a las vinculaciones entre Historia y Sociedad. En primer lugar, a la Historia no se le puede dictar órdenes. La Historia se asemeja a un gato: cada vez que lo tomamos por su cola y lo queremos dirigir en una dirección, él tomará invariablemente la dirección opuesta. Mientras más fuerte es nuestra intención, más fuerte será su resistencia. El “gato” tiene mucho que enseñar a los radicalismos de cualquier tipo, ya sean de izquierdas o de derechas. Luego,
así como la Biología puede incidir sobre la Política (en particular, recuerda a los políticos que son mortales), la Zoología nos puede ayudar a comprender mejor la Historia.
Resulta evidente que de de ninguna mente humana, por muy erudita que sea, pueda concebirse proyectos sociales perfectos, libres de conflictos y de problemas. Si el hecho de concebirlos es muy cuestionable, el hecho de implementarlos es, sencillamente, abominable.
Antes de finalizar estos apuntes, quisiera recordar las palabras de dos pensadores de nuestros pueblos: Justo Sierra y José Martí. El primero, a comienzos del siglo XX, y en tiempos de relativa prosperidad del porfiriato, había sentenciado que “toda evolución social mexicana habrá sido abortiva y frustránea si no se llega a ese fin total: la libertad”. Martí, a su vez, en 1888 recordaba a nuestros gobernantes latinoamericanos que "Política es eso: el arte de ir levantando hasta la justicia la humanidad injusta; de conciliar la fiera egoísta con el ángel generoso; de favorecer y de armonizar para el bien general, y con miras a la virtud, los intereses."
Parecería que el mexicano hablara para la Cuba de hoy y el cubano para el México contemporáneo. No divorciar la libertad de la justicia es el desafío mayor de la humanidad. Cada vez que se ha intentado marcadamente esta separación los resultados han sido catastróficos. Ahí está la experiencia del llamado socialismo real y de una buena parte del mundo subdesarrollado. Nuestras élites políticas deben atender el reclamo de nuestros auténticos pensadores, ya que ellos iluminan el sendero por recorrer.
Recientemente, Julio María Sanguinetti (ex presidente de Uruguay) ha evocado un pasaje de Isaiah Berlin donde el célebre ensayista británico recordaba que “hace más de cien años el poeta alemán Heine advirtió a los franceses que no debían subestimar el poder de las ideas: los conceptos filosóficos alimentados en el silencio del estudio de un académico podían destruir toda una civilización”[9]. Por ello, los gobiernos deben propiciar el libre intercambio de las opiniones (por muy extravagantes que pudieran resaltar) y no deben olvidar que los distintos actores sociales tienen sus particulares proyectos de nación. La sociedad no es monolítica. El hecho de obstaculizar que se expresen determinados proyectos de nación puede dar por resultado el estallido violento del sistema político. La violencia revolucionaria, en lugar de ser partera, puede devenir trastocadora de la Historia y retrotraernos en el tiempo. Las fallas y problemas de la democracia se resuelven con más y más democracia y no con violencia que lleve finalmente al autoritarismo y dictadura. Giovanni Sartori ha señalado acertadamente que “las autocracias y dictaduras son fáciles, nos caen encima solas; las democracias son difíciles, tienen que ser promovidas y creídas”. Los casos de Cuba y México ejemplifican elocuentemente estas alternativas.
Puebla, primavera 2007
Notas:
1)- Para citar este texto en su trabajo, hágalo de la manera siguiente:
Argüelles Espinosa Luis Ángel (2007). Cuba y México: experiencias intercambiables. Adquirido: (escribir día, mes y año de su consulta). Dirección electrónica: http://cubanos en puebla.blogspot.com
2)-El autor agradecerá cualquier comentario sobre este texto (puede hacerlo al final del artículo). Si lo desea, puede escribirnos al correo siguiente: laes49@yahoo.com
Gracias
• Estos apuntes están tomados básicamente de mi libro inédito titulado La modernidad y yo (concluido en el año 2007) donde, a partir de mi experiencia individual, reflexiono críticamente sobre la sociedad cubana y mexicana de finales del siglo XX y principios del XXI.

[10]


[1] Al respecto, véase el ensayo de Jorge Castañeda titulado “Los últimos autoritarismos” publicado en la revista Encuentro (Madrid) en su edición otoño-invierno de 1997.
[2] Por supuesto, ha debido realizar pequeños cambios para mantenerse en el poder (como son la apertura al turismo, a la inversión extranjera, la legalización de determinadas actividades por cuenta propia, etc.), sobre todo, a raíz de la caída del Muro de Berlín.
[3] Por cierto, el joven Canek Sánchez Guevara (el mayor de los nietos del Guerrillero Heroico Ché Guevara) ha escrito (a fines de 2004) que “la revolución hace años falleció en Cuba/…/ hubo de ser asesinada por quienes la invocaron para evitar que se volviera contra ellos: tuvo que ser institucionalizada y asfixiada por su propia burocracia (ya el Che nos había prevenido de esto), por la corrupción (robolución, se le llamó), por el nepotismo (sociolismo) y por la verticalidad de la tan mentada organización: el Estado “revolucionario” cubano/…/ Pero sobre todo fue antidemocrática por el mesianismo religioso de su líder. Erigirse salvador de la patria es una cosa; serlo por siempre, otra…” (Véase Homero Campa: “El nieto del Che. Testimonio crítico”. Proceso (México), 17 de octubre de 2004
[4] Ikram Antaki. El manual del ciudadano contemporáneo. México: Ariel, 2000, p.315
[5] Apud. Otto Granados Roldán: “México, ¿una democracia sin demócratas? Proceso (México), septiembre de 2004, p.32
[6] Ibídem.
[7] Otto Granados Roldán, op. cit., p.34
[8] Rogelio Fabio Hurtado: “¿Quiénes somos pobres en Cuba”? Revista Vitral (Pinar del Río), n.63, septiembre-octubre de 2004. En línea. Adquirido: 15/11/ 2004. Dirección electrónica: http://www.vitral.org/
[9] Julio María Sanguinetti: “Reflexiones finales”. En: La democracia en América Latina. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). En línea. Adquirido: 20/10/04. Dirección electrónica: http://democracia.undp.org

miércoles, 18 de junio de 2008

Sinopsis de mi libro: "La Modernidad y Yo (Escenas cubanomexicanas)"

Bienvenidos a mi blog.

Título: La modernidad y yo (Escenas cubanomexicanas)
Autor: Mtro. Luis Ángel Argüelles Espinosa

Sinopsis: Texto de carácter testimonial donde se vinculan experiencias personales con reflexiones contextuales (tanto de Cuba como de México). Evidentemente, lo importante no es la persona, sino la época que le correspondió vivir. No pretende ser una biografía integral o exhaustiva. El autor selecciona determinados acontecimientos, los cuales siguen un muy flexible orden cronológico. La obra revela cómo la vida de una persona copia, de algún modo, la vida de una nacionalidad. Al respecto, en el prólogo se evocan las sabias palabras de Goethe (en sus Memorias) señalando que cuando él tenía veinte años, Alemania también tenía veinte años, lo cual sugiere que cada persona posee su particular visión del mundo a él contemporáneo. Según Argüelles, el presente libro sería imposible sin la insospechada colaboración de la burocracia mexicana (digna rival de la cubana). Las largas esperas en las distintas dependencias gubernamentales (especialmente en la SEP y en el Instituto Nacional de Migración) le hicieron acariciar el proyecto. Los apuntes iniciales fueron escritos en los camiones mexicanos (ADO) que cubren el itinerario Puebla-México-Puebla.

De alguna forma, este libro, a la vez de relatar una experiencia personal y colectiva, constituye un nuevo testimonio de las añejas y múltiples relaciones entre Cuba y México. Estos vínculos se reflejan tanto en la historia, cultura, música, arte, como en la misma toponimia mexicana. El “rancherismo” mexicano (especialmente, las películas y las canciones) tuvo un fuerte impacto en la sociedad cubana de la segunda mitad del siglo XX. En cuanto a los toponímicos, piénsese en la popular torta cubana y el no menos conocido chile habanero (ambos, por cierto, y como diría el humorista cubano Virulo, son perfectamente desconocidos en su supuesta tierra de origen) hasta las denominaciones de calles e instituciones (sobre todo, el de José Martí) pasando por los nombres de personas (especialmente, el de Fidel y Ernesto en alusión a los dos famosos y controvertidos líderes cubanos).
Es importante resaltar que en el texto tanto el humor como la ironía (y hasta a veces, el sarcasmo) son ingredientes básicos. Al respecto, en el prólogo, el autor sostiene que “el tiempo transcurrido (entre lo sucedido y lo relatado) ha hecho que vea las cosas diferentes. La tragedia ha devenido comedia. Menos mal. La vida, como diría Oscar Wilde es una cosa demasiado importante para hablar de ella en serio” Y ya en el final del prólogo, el escritor evoca una importante relación entre dos prestigiosos intelectuales y concluye con una sugerencia: “Poco antes de su muerte, el escritor mexicano Alfonso Reyes escribía a su amigo cubano José María Chacón y Calvo que ‘me voy a morir sonriendo, lo que tendrá todo el valor de una opinión sobre la vida´ Ciertamente, el humor y el optimismo constituyen poderosas armas para triunfar en la vida. Por ello, bienaventurados los que se ríen de sí mismos por que siempre le sobrarán motivos para hacerlo”.

Público a quien va dirigido: Público en general (en especial a los interesados en cuestiones de historia y política contemporáneas)
Extensión aproximada: 300 páginas.